Un día te levantas con energía y decides que ha llegado la hora de empezar a hacer algo de ejercicio, y qué mejor que algo al aire libre y que encima sea gratis, así que te pones a pensar y tras un rato lo primero que te viene a la mente es: ¡running!
No paras de ver a gente correr, por la mañana cuando aún no ha amanecido, por la noche a altas horas e incluso al mediodía cuando más aprieta el calor, y unas veces piensas que están locos, y otras les admiras, así que llega el momento de ponerte a prueba y ver si tú también eres capaz de hacerlo.
Lo primero, buscas calzado adecuado y ropa cómoda, te bajas todas las aplicaciones móviles especializadas en running que te encuentras, te creas una lista de Spotify con tu música preferida para amenizar el recorrido y diseñas una ruta fácil para empezar con toda la información que has ido recopilando preguntando a todo el que te encuentras, si corre y por dónde lo hace.
Y ya parece que está todo, con el pack completo ya sólo te falta la fuerza de voluntad para empezar. Los primeros días cualquier excusa vale: “hoy hace calor”, “hoy hace frio”, “uy qué de gente va a haber por mi ruta”, lo que sea con tal de no salir.
Pero una mañana, amaneces con ganas de darlo todo y decides que ya ha llegado el momento de estrenar tus flamantes deportivas. Sales con tu kit de running dispuesta a comerte el mundo, y a los diez minutos te empiezas a acalorar, te cuesta respirar, y entonces recuerdas la frase de tu profe de gimnasia del cole “hasta que no empiezas a cansarte y te cuesta, es como si no estuvieras haciendo nada”, así que sacas fuerzas de no sabes dónde y aguantas otros 10 minutos más.
Al llegar a casa, cansada a más no poder, mientras te duchas te sientes llena de vitalidad y muerta de cansancio a partes iguales.
Al día siguiente atacan las temidas agujetas, pero recuerdas la sensación del día anterior, y tras un vaso de agua con azúcar te animas a volver a salir.
Sin darte cuenta, vas saliendo casi a diario, cada vez aguantas más y te sientes mejor. Del sufrimiento de la primera semana, pasas a la satisfacción de ver como superas tus récords personales, a crearte unas rutinas que no te saltas por nada, a cogerle el gusto y no imaginarte por qué no se te había ocurrido antes que deberías empezar a correr, y en ese momento, ya no hay vuelta atrás, te has vuelto una adicta al running, cuya droga es el deporte y la satisfacción que te produce.